27 septiembre 2021


 

Un mal catalán.



Hace unos días, leí una publicación de un conocido que lamentaba el modo en que los secesionistas le habían hecho sentir un mal catalán, por no sentir el anhelo de la independencia.

Mi respuesta fue que conmigo no lo habían conseguido, pues quienes ambicionan tal ruina, y por tanto, son los portadores del problema, son ellos, no yo.

Siendo más explícito, de hecho, toda ésta matraca ha perjudicado mis negocios, mi vida social e incluso ha amenazado mi integridad, siendo estos motivos suficientes para no apreciarme invitado a sentirme catalán, ni bueno, ni malo, y es que complacer a unos cuantos supone renunciar a mis raíces, a mi cultura y a mis ideales. La cosa no acaba con hablar la lengua de los golpistas, hay que abrazar todo su dogma, y me gusta hacer las cosas de una en una, por lo que continúo estudiando inglés, y luego me plantearé hablar como súbdito del butifarrendum, si acaso (Modo irónico ON)

Mi recorrido en esta vida me ha llevado a vivir en casi todas las Comunidades Autónomas de España, a considerarme español por encima de todo y a tener un trocito de mi corazón dedicado a Madrid, a Andalucía, Extremadura, Valencia, Galicia, Asturias, Aragón y ambas Castillas.

El resto lo he visitado con devoción, incluidas las maravillosas islas.

Mi estancia en el Pais Vasco no me dejó ningún recuerdo digno de atesorar, precisamente por el rechazo y la exclusión social a que fui sometido, por lo que difícilmente voy a considerar volver a poner los pies allí, ni a recomendarlo.

Tras casi veinte años residiendo en Cataluña, tampoco he conseguido pasar de ser un charnego inadaptado, según sus criterios. Como dije, no han conseguido hacerme sentir catalán, ni bueno, ni malo, ni me han dado motivos para querer serlo, y huiré sin mirar atrás en cuanto me libre de mi condena en forma de hipoteca, volviendo a respirar aire no envenenado con nacionalismos baratos.

Cataluña, a mi modo de ver, ha pasado de ser una tierra próspera, llena de oportunidades y de seny, a ser un suburbio radicalizado bajo consignas dignas del III Reich, de donde empresas salen despavoridas ante la nefasta gestión para el que no se apunta al carro de la subvención .cat, un estercolero donde acogen a toda la chusma que esté dispuesta a hablar en catalán a cambio de una paguita y un campo de minas para el que no se declare indepe y esté dispuesto a adorar a los “represaliados”.

Como epicentro del cáncer que se extiende por toda la región, Barcelona a pasado de ser un destino turístico de primer orden a un campo de batalla, paraíso del okupa, del mantero y del maleante, y ese es el fruto que ya estamos recogiendo, producto de años de sembrar odio.

Nada bueno han sembrado, por lo que no hay razón para pensar que la situación vaya a cambiar en su trayectoria de decadencia, y continuar aumentando la presión, con una estructura tan podrida y debilitada sólo nos acerca a un desastre inminente, previsible y evitable si se tuviese intención, pero aquí lo que importa son los golpistas, la inmersión lingüística y la independencia, aunque volemos en pedazos.

No señor, no soy catalán, ni quiero serlo. Ni bueno, ni malo.

De donde usted sea, o de dónde quiera ser, y como se sienta es SU problema, no el mío.

Al contrario de lo que nos quiera hacer pensar, el problema catalán tiene una solución muy sencilla.

CERRAR EL GRIFO.

Ningún Gobierno que se precie fomenta y financia a sus enemigos, excepto la banda mafiosa, traidora y sin escrúpulos que cebamos con marisco entre todos, mientras dicen gobernar España…

Os queda grande el traje, el cargo, el sueldo y la soberbia y sobre todo, os queda grande, muy grande ESPAÑA.





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